Es 31 de agosto; un día igual de jodido que otros
para poner punto final a una historia. El cuarto de baño es el refugio ideal,
epítome del espacio sagrado de la redención. Fuera están los platos rotos, los
gritos, las lágrimas, Eva que no deja que no deja quenodeja de golpear la
puerta ta-ta-ta-ta-ta como una metralleta. Esto es despedir el verano a lo
grande. Una historia de amor concluye y el vencido se reconcilia con su
soledad. Lo importante es que la bañera esté llena, que se desborde el agua,
que esto es una celebración, damas y caballeros, voyeurs anónimos. Bastián
tararea entre dientes una melodía pero no recuerda la canción. Un momento, ¿se
escuchan notas de piano en el ambiente? Qué delicia, qué apropiado, pero dentro
de la cabeza de Bastián solo hay ruido do-do-do dodó como el bicho extinto. Es
que Bastián está a un paso de extinguirse. Y Eva que no para de gritar con
tempestades en la voz. «¡Que salgas de ahí, puto inútil! Ésa es la forma en la que
te escapas de todo, de la vida, de los palos, de mí, de ti mismo, encerrándote.
¡Cabrón de mierda!» Eva debería estar en un show de telebasura, se haría
popular entre la audiencia, el nuevo ídolo de las masas. Bastián la ha querido,
tal vez como ella no se merecía, porque Eva siempre ha demandado un tipo de
amor distinto del que él podía brindarle. Qué le vamos a hacer si Bastián es un
perfecto ejemplo de idiota disfuncional. Venga, el agua se derrama y conquista
el suelo del cuarto, vamos a ponerle fin ya.
―Eva tiene un poco de
razón, hijo. —¿Qué hace ahí Lázaro, el abuelo de Bastián? Ingrávido, tan
arrugado como el día que decidió marcharse de este mundo, los mismos ojos
cansados que siempre le acompañaron. Está sentado en el váter, contemplando la
evolución de los acontecimientos.
―No me llames hijo que
soy tu nieto, viejo ―responde Bastián entre dientes, dándole la espalda al
fantasma del yayo―. Además, nadie te ha dado vela en este entierro...
―Rro-rro-rro... ¿De dónde y a qué viene ese eco? Como un motor que murmura
dentro de su cabeza―. Sólo verte me aburre, ¡lárgate, joder!
―Porque se acabe una
historia de amor no tienes por qué tomar una decisión tan trágica, hijo. ―El
yayo Lázaro continúa llamando hijo a Bastián, las manías de los abuelos. Sonríe
a su nieto y su boca está llena de tierra.
―No hagas caso al
anciano, él no sabe nada, muchacho. ―Esta otra aparición no se la esperaba
Bastián ni en su mayor borrachera. En un vértice del techo, está, cual araña
acechando, Yukio Mishima con sus entrañas colgando de su vientre abierto.
Dirige al fantasma anciano y al cuarentón con un pie en la bañera una misma
mirada alucinada y una gélida sonrisa teñida de sangre―. Tu corazón pide a
gritos sumergirte en esas aguas y no volver a salir. Házlo, es un acto noble
renegar de la vida cuando uno lo crea más conveniente.
―Gracias, señor
Mishima. Si hubiera sabido que esto se iba a convertir en una sesión
espiritista, habría comprado pastas y preparado café y té. ―Bastián se arma de
sarcasmo antes de dar el paso de zambullirse. Que el cuarto de baño de uno
mismo acoja a fantasmas tan insignes es algo que no le pasa a todo el mundo.
Quizás debería abandonar su propósito de acabar con su existencia y dedicarse a
conversar con sus insólitos invitados.
―Si vas a apretar el
gatillo, es mejor que no te lo pienses demasiado. ―La fiesta no sería la misma
sin el espectro de Kurt Cobain con la tapa de los sesos reventada. Se rasca la
mandíbula floja como si le picara la barba de varios días.
―Mi solución será más
dolorosa, pero no armaré tanto escándalo. Gracias, señor Cobain. ―Bastián
siempre odió a Kurt, considera una broma de muy mal gusto del destino que se le
aparezca su fantasma en el momento más trascendental de su existencia―. Abuelo
Lázaro, ilustres muertos, si no les molesta, me despido de ustedes.
Desnudo, tomando una
profunda bocanada de aire como se debe hacer antes de arrojarse a un abismo,
Bastián procede a la inmersión. En el agua no se escuchan los truenos de los
gritos de Eva. ¡Pero qué paz! El mundo queda reducido a la visión distorsionada
y mejorada de la porción de techo del cuarto de baño que Bastián puede ver. Hay
una grieta que jamás ha sido tan hermosa como ahora. El mundo se vuelve acuoso
e inconsistente, adiós a la solidez, su propio cuerpo parece disolverse, be
water my friend. El instinto de supervivencia no perturbará esta comunión con
la nada ni la determinación de Bastián. El nuevo mundo es azul zul zul zul,
oh-la-lá. Todos deberían ver a través de los ojos de Bastián, porque la palabra
es una herramienta muy pobre para describir la grandeza de lo que presencia. Es
el nuevo Colón que descubre otro nuevo mundo. Un estremecimiento indica a
Bastián que tal vez sólo él, él y nadie más, puede contemplar lo que ve y
constatar esto le emociona; es un privilegiado. Pero dónde has estado todo este
tiempo, hermoso paraíso líquido azul.
—Hola. —La voz
sobresalta a Bastián y perturba el grado de comunión con el cosmos que había
alcanzado. Es la voz de una niña traviesa, pero su dueña no es precisamente una
niña.
Lo que se presenta a
sus ojos no es un superhembra de calendario, hecha de silicona y manipulación
fotográfica. Dejémoslo en que es una mujer con las carnes bien puestas, que
luce con soberbia sus curvas y no parece estar preocupada por su desnudez. Su rostro
es el de alguna heroína exótica de folletín, con esos labios carnosos
dispuestos a entonar un tango cálido y a besar como quien aplaca su hambre. En
su melena oscura hay peces resplandecientes, algún calamar despistado y coronas
de algas. A Bastián le resulta familiar esta mujer.
—¿Me recuerdas?
—pregunta ella.
—Creo que sí. ¿Quién
eres?
—Soy el fantasma de los
veranos del pasado.
Vaya, una bromista.
Bastián le ríe la ocurrencia, sin importarle tragar un poco de este maravilloso
azul. Se detiene a mirarla y admirarla con más calma y detenimiento; el examen visual es meticuloso.
—¡Yo a ti te he soñado!
—exclama Bastián, sorprendido y sacudido por el recuerdo repentino. Sí, si os
esforzáis, podréis ver al Bastián de doce años quedándose dormido en la bañera
de la casa de sus abuelos, una tarde de agosto, acunado por el rumor del agua
quieta. Con la conciencia suspendida, atrapado por las redes del sueño, se vio
en el fondo de un mar —o de una pecera, a saber— donde se encontró con una
sirena que le regaló un beso y le susurró unas palabras. De aquel sueño Bastián
despertó con una notable erección.
—Decir que me has
soñado es ser demasiado pretencioso y ciego, cariño. Soñaste conmigo, más bien.
Soy visitante asidua de sueños ajenos.
—Me habría gustado ser
el único que soñara contigo, ¿sabes?
—¿Estás flirteando
conmigo? —dice la desconocida con una sonrisa que, en el rostro de una mujer
lejana llamada Eva, habría arrastrado a Bastián fuera de la bañera.
—Claro que sí. Me estoy
despidiendo de la vida. Creo que puedo permitirme este pequeño atrevimiento,
aunque no consiga lo que desee.
—¿Eso significa que me
deseas?
—Te respondo con otra
pregunta: ¿el hecho de que tú estés aquí indica que el oxígeno ya no llega a mi
cerebro, que mi corazón late cada vez más despacio y que ya estoy más muerto
que vivo?
—Con esa pregunta no
respondes a la mía. A la tuya podría decirte que quizás sea así. ¿Recuerdas lo
que te dije en aquel viejo sueño de tu infancia?
La cara de Bastián es un poema sin rima y confuso
cuando intenta descifrar los meandros por los que han discurrido los sueños,
esas experiencias imprecisas de las que casi siempre se conservan solo
imágenes. Mucho pide esta sirena burlona, con lo mucho que le cuesta a Bastián
recordar qué le dijo Eva el día que se conocieron. La sirena debe de
interpretar el silencio de Bastián como la negativa que es.
—Te dije que vendría a
recogerte cuando llegara tu fin. —Bastián siente cómo le llega el aliento de
ella, un viento fresco cargado de tristeza. Pero no se borra la sonrisa cálida
de su boca.
—Pues has cumplido,
porque hoy acaba todo, aquí acabo yo.
—¿Por qué? ¿No crees
que estás siendo muy drástico?
—¿Tú también me vas a
venir con ese cuento de que mi vida merece la pena vivirla, de que es muy
valiosa para derrocharla así, de que estoy siendo un perfecto gilipollas para
abandonar este juego por una ruptura amorosa? Puedes ahorrártelo, es como si lo
llevara escuchando toda mi vida. Debería reconocerse como un derecho sagrado e
inalienable de todo individuo la decisión de poner fin a su existencia cuando
le apetezca, sin que nadie venga a recriminarle lo que le dicta su voluntad. Además,
si hago esto, es para certificar mi no pertenencia al mundo que dejo atrás.
Allá todo es accidente, allí yo me siento más accidente que nadie.
—Vale, vale, no es
necesario que te pongas rimbombante conmigo. Dije que venía a recogerte cuando
llegara tu fin y aquí estoy.
—¿Eres la Muerte disfrazada?
—No te diré que si
prefieres pensar eso lo soy porque no es verdad. Llámame tu salvación. ¿Vendrás
conmigo, Bastián? Iremos cayendo más y más hacia el fondo que nunca llegará y
que nunca veremos, porque nos desvaneceremos. Pero ni siquiera nos daremos
cuenta de ello. Tu fin es también el mío.
—Pero... ¿por qué? Es
suficiente con una vida que se eche a perder. ¿Por qué también la tuya? Y
encima con un mamarracho como yo.
—Qué gracioso que
preguntes tú por qué. Porque soñaste conmigo. Porque no he dejado de espiarte
en otros sueños, pero tú nunca te diste cuenta de lo cerca que estaba. Porque
quiero estar contigo. Además, ya volverá a soñar alguien conmigo. Aunque ésa ya
no seré yo. —La melancolía en su voz suena como una cuerda de violín que se
rompe.
La confesión de la
sirena llena a Bastián con esa luz que se derrama sobre los profetas en medio
del desierto y sobre los borrachos en plena cogorza. Se considera tan indigno
del sacrificio de esa mujer marina de sus sueños, como si la muerte de ella se
ensuciara solo por desaparecer junto a él.
—Agarra mi mano,
sirena, no la sueltes. Nunca he podido esperar mejor compañía en este trance,
ni tampoco que mi propia partida me reconciliara en parte con lo que siempre he
rechazado.
La sirena hace algo más
que aferrar las manos de Bastián: lo abraza. El pelo de ella los envuelve a
ambos como si tejiera un capullo. Hombre y sirena prosiguen su charla mientras
sigue su plácido descenso. Ya no podemos escucharlos, así llega el final de
esta historia.
(En realidad, ése es el
final para los tortolitos. Ahora es el turno del segundo final: Eva ha entrado
en el cuarto de baño. Sigue gritando como una posesa cuando ve todo el suelo
encharcado. Lo que no puede ver es a los tres fantasmas, que cada vez son más
etéreos, pero eso ya no importa. Eva se dirige cabreada a la bañera y qué
sorpresa se lleva cuando no encuentra el cuerpo de Bastián debajo del agua.)
Fin de un mundo en la bañera (con sirena de fondo)
Felipe
Manuel O. Cecilio vive en una ciudad antigua, poblada de murallas y leyendas
cuyo nexo es la insubordinación de sus torres ahora caídas y el vuelo asombroso
de las cigüeñas: Cáceres. Felipe sostiene una mirada oscura y penetrante, la
nariz inquieta y fascinada por los cómics y los laberintos, nos conocimos al
poco de empezar a escribir yo en “Spaces”, en mi primer blog. Él ha sido un
recurrente en mis eventos y una inspiración para profundizar en las letras. Es
un placer reencontrarse con los amigos.
te puedes creer que ahora descubro tu pedazo de blog??? :D
ResponderEliminarPues a ver si te animas Soledad y aportas.
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