Cuando llegué a casa con los artificios en la mano y las piernas torcidas, él ya estaba en la bañera. Era un señor de color café soluble y me suena que ya nos habíamos visto en alguna que otra ensoñación. ¿Cómo han acontecido los imponderables de la trama? preguntó tendiéndome su mano rectangular de sorprendente tersura. Ahora te cuento, le respondí, soltando las sandalias como quién se sabe agua en la que naufragarse..
Mientas nos bañamos entre
palabras.
Un poema nuevo susurrado.
Original mensaje que encadena
las noches.
Enjabonados en nuestra
oscuridad buscábamos sin esperanzas los restos de un pecho
moribundo y al encontrarlo nos perdíamos en sus aguas. Suponíamos que eso era
parte del baño pues siempre fue el jabón y la espuma los que transformaban los
tableros de ajedrez en relojes blandos. Mezclamos las aguas fecales con
las de consumo, recogimos las sugerencias que emergían, sin saber con
claridad a quienes pertenecían.
Fue un momento catártico
este del baño que nos hacía sentirnos únicos pues no estaba al alcance
del resto de los mortales. Esa turba de idiotas sin criterio que se duchan y a
la que les corroe la envidia, por eso nunca nos reconocían.. En el
paroxismo de la higiene interna y externa nuestra visión del mundo adoptaba
perspectivas extrañas. Limpio el orgullo, no reconocíamos el fracaso pues este
se diluía y salía por el sumidero. Era el momento en el que las palabras
hundidas resplandecían en el suelo de la bañera y recogiéndolas las
convertíamos en esponjas Cuando las teníamos era cuando el agua se
desliza ladera abajo y renacía el placer. La contundencia del silencio como
única respuesta nos sumergía en el olvido de los contornos sabidos por
recorridos entre penumbras.
Silencio en el que nos
aislaba, el que nos alejaba, el que nos aproximaba... Siempre supimos que la
bañera rebosaba y no estaba tan adentro .¿A dónde nos marchamos?
Fue el verano de las 20.000
leguas de viaje submarino. Sumergidos en el epicentro, por cuestiones éticas,
girábamos trescientos sesenta grado sobre nosotros mismos, cancelando la
realidad, caducando la cotidianidad, creyendo que naufragábamos en
aquellas aguas que nos diluían sin que nada pasará…
Me ha gustado mucho el principio. Creo que el absurdo y el delirio son formas de la normalidad y sólo se consiguen cuando se describe una realidad alucinada. Podríamos estar en ella sin sensación de inquietud, y quizá en eso consista la locura. Una realidad absurda convierte en absurda toda realidad posible, por eso podemos diluirnos en el jabón y el sumidero y recoger los restos para volver a enjabonarnos. Por cierto, muy bueno el jabón que no quiere ser erótico, sino delicado.
ResponderEliminarSugerente. Poético.
ResponderEliminar"Nos diluían sin que pasara nada ..."
ResponderEliminarEs un final dramático a no ser que su esencia fuera tan potente que todo lo demás se impregnara de ellos. Pienso, pienso y me gusta, el final queda abierto al lector.