martes, 8 de septiembre de 2015

Un baño real, como la vida misma


Cuando llegué a casa con los artificios en la mano y las piernas torcidas, él ya estaba en la bañera. Era un señor de color café soluble y me suena que ya nos habíamos visto en alguna que otra ensoñación. ¿Cómo han acontecido los imponderables de la trama? preguntó tendiéndome su  mano rectangular de sorprendente tersura. Ahora te cuento, le respondí, soltando las sandalias como quién se sabe agua en la que naufragarse..
Mientas nos bañamos entre palabras.
Un poema nuevo susurrado.
Original mensaje que encadena las noches.

Enjabonados en nuestra oscuridad buscábamos  sin esperanzas  los restos de un pecho moribundo y al encontrarlo nos perdíamos en sus aguas. Suponíamos que eso era parte del baño pues siempre fue el jabón y la espuma los que transformaban los tableros de ajedrez en relojes blandos.  Mezclamos las aguas fecales con las de consumo,  recogimos las sugerencias que emergían, sin saber con claridad a quienes  pertenecían.

Fue  un momento catártico este del baño que nos  hacía sentirnos únicos pues no estaba al alcance del resto de los mortales. Esa turba de idiotas sin criterio que se duchan y a la que les corroe la envidia, por eso nunca nos   reconocían.. En el paroxismo de la higiene interna y externa nuestra visión del mundo adoptaba perspectivas extrañas. Limpio el orgullo, no reconocíamos el fracaso pues este se diluía y salía por el sumidero. Era  el momento en el que las palabras hundidas resplandecían en el suelo de la bañera y recogiéndolas las convertíamos en esponjas  Cuando las teníamos era cuando el agua se desliza ladera abajo y renacía el placer. La contundencia del silencio como única respuesta nos sumergía en el olvido de los contornos sabidos por recorridos entre penumbras.

 Silencio en el que nos aislaba, el que nos alejaba, el que nos aproximaba... Siempre supimos que la bañera rebosaba y no estaba tan adentro .¿A dónde nos marchamos?
Fue el verano de las 20.000 leguas de viaje submarino. Sumergidos en el epicentro, por cuestiones éticas, girábamos trescientos sesenta grado sobre nosotros mismos, cancelando la realidad, caducando la cotidianidad, creyendo que naufragábamos en  aquellas aguas que nos diluían sin que nada pasará…






Sebastián Tegarra nació en el Madrid de los Austrias, luego  patria de los Borbones, en los cauces del siglo XX, pero a él le hubiera gustado nacer en un libro de Julio Verne o mejor, sí, mejor, en uno de Samuel Beckett, ser la musa que alentara  sus andanzas y el vaporoso desglose de sus palabras. En él arte se desangra en venas de pintura desvaída, por los rieles de pensamientos en forma de  cuadros, o paredes; podría embebernos en su matriz, y arrastrarnos en torrente,  vorágine, hasta el desagüe de la bañera, aunque ... ahí quizá no acabara el viaje.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el principio. Creo que el absurdo y el delirio son formas de la normalidad y sólo se consiguen cuando se describe una realidad alucinada. Podríamos estar en ella sin sensación de inquietud, y quizá en eso consista la locura. Una realidad absurda convierte en absurda toda realidad posible, por eso podemos diluirnos en el jabón y el sumidero y recoger los restos para volver a enjabonarnos. Por cierto, muy bueno el jabón que no quiere ser erótico, sino delicado.

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  2. "Nos diluían sin que pasara nada ..."
    Es un final dramático a no ser que su esencia fuera tan potente que todo lo demás se impregnara de ellos. Pienso, pienso y me gusta, el final queda abierto al lector.

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