martes, 6 de diciembre de 2022

Ofelia

La  figura de Ofelia, la niña criada en la corte para ser dama de compañía me despierta otra vez en la bañera. En otras ocasiones la ví ahogada entre los nenúfares de un jardín japonés, en un remanso del río bajo los árboles de rivera ingleses pero en todos los casos la leyenda habla de la muerte por Amor, aunque si sumáramos Romeo y Julieta con Hamlet el resultado sería la muerte y  quizás embrujo que simula la muerte gracias a la antigua botica de la época y la resucitación a una nueva oportunidad de vida. Esa es una tesis pero existen más, la mía habla de la muerte por asfixia de Ofelia -como representante visible de ingente cantidad de mujeres-, una asfixia de secano y no de amor, sino de desamor, en una sociedad más cercana a nuestros últimos 20 años. Antes eso sí, que el implacable postmodernismo contaminara las aguas del posible Amor con un individualismo tan feroz que impide a Ofelia y a Hamlet mirarse el uno al otro, mirar el uno por el otro.
Veo a Ofelia caminando en solitario por un desierto de ciudad moderna aséptica, sin poco más que el mobiliario urbano, mientras miles de personas se cruzan en su vida como sombras fugaces que devoran su ingenuidad, su amor, a modo de vampiros. La muerte gracias al posmodernismo.



martes, 8 de septiembre de 2015

Un baño real, como la vida misma


Cuando llegué a casa con los artificios en la mano y las piernas torcidas, él ya estaba en la bañera. Era un señor de color café soluble y me suena que ya nos habíamos visto en alguna que otra ensoñación. ¿Cómo han acontecido los imponderables de la trama? preguntó tendiéndome su  mano rectangular de sorprendente tersura. Ahora te cuento, le respondí, soltando las sandalias como quién se sabe agua en la que naufragarse..
Mientas nos bañamos entre palabras.
Un poema nuevo susurrado.
Original mensaje que encadena las noches.

Enjabonados en nuestra oscuridad buscábamos  sin esperanzas  los restos de un pecho moribundo y al encontrarlo nos perdíamos en sus aguas. Suponíamos que eso era parte del baño pues siempre fue el jabón y la espuma los que transformaban los tableros de ajedrez en relojes blandos.  Mezclamos las aguas fecales con las de consumo,  recogimos las sugerencias que emergían, sin saber con claridad a quienes  pertenecían.

Fue  un momento catártico este del baño que nos  hacía sentirnos únicos pues no estaba al alcance del resto de los mortales. Esa turba de idiotas sin criterio que se duchan y a la que les corroe la envidia, por eso nunca nos   reconocían.. En el paroxismo de la higiene interna y externa nuestra visión del mundo adoptaba perspectivas extrañas. Limpio el orgullo, no reconocíamos el fracaso pues este se diluía y salía por el sumidero. Era  el momento en el que las palabras hundidas resplandecían en el suelo de la bañera y recogiéndolas las convertíamos en esponjas  Cuando las teníamos era cuando el agua se desliza ladera abajo y renacía el placer. La contundencia del silencio como única respuesta nos sumergía en el olvido de los contornos sabidos por recorridos entre penumbras.

 Silencio en el que nos aislaba, el que nos alejaba, el que nos aproximaba... Siempre supimos que la bañera rebosaba y no estaba tan adentro .¿A dónde nos marchamos?
Fue el verano de las 20.000 leguas de viaje submarino. Sumergidos en el epicentro, por cuestiones éticas, girábamos trescientos sesenta grado sobre nosotros mismos, cancelando la realidad, caducando la cotidianidad, creyendo que naufragábamos en  aquellas aguas que nos diluían sin que nada pasará…






Sebastián Tegarra nació en el Madrid de los Austrias, luego  patria de los Borbones, en los cauces del siglo XX, pero a él le hubiera gustado nacer en un libro de Julio Verne o mejor, sí, mejor, en uno de Samuel Beckett, ser la musa que alentara  sus andanzas y el vaporoso desglose de sus palabras. En él arte se desangra en venas de pintura desvaída, por los rieles de pensamientos en forma de  cuadros, o paredes; podría embebernos en su matriz, y arrastrarnos en torrente,  vorágine, hasta el desagüe de la bañera, aunque ... ahí quizá no acabara el viaje.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Fin del mundo en la bañera (con sirena de fondo)


Es 31 de agosto; un día igual de jodido que otros para poner punto final a una historia. El cuarto de baño es el refugio ideal, epítome del espacio sagrado de la redención. Fuera están los platos rotos, los gritos, las lágrimas, Eva que no deja que no deja quenodeja de golpear la puerta ta-ta-ta-ta-ta como una metralleta. Esto es despedir el verano a lo grande. Una historia de amor concluye y el vencido se reconcilia con su soledad. Lo importante es que la bañera esté llena, que se desborde el agua, que esto es una celebración, damas y caballeros, voyeurs anónimos. Bastián tararea entre dientes una melodía pero no recuerda la canción. Un momento, ¿se escuchan notas de piano en el ambiente? Qué delicia, qué apropiado, pero dentro de la cabeza de Bastián solo hay ruido do-do-do dodó como el bicho extinto. Es que Bastián está a un paso de extinguirse. Y Eva que no para de gritar con tempestades en la voz. «¡Que salgas de ahí, puto inútil! Ésa es la forma en la que te escapas de todo, de la vida, de los palos, de mí, de ti mismo, encerrándote. ¡Cabrón de mierda!» Eva debería estar en un show de telebasura, se haría popular entre la audiencia, el nuevo ídolo de las masas. Bastián la ha querido, tal vez como ella no se merecía, porque Eva siempre ha demandado un tipo de amor distinto del que él podía brindarle. Qué le vamos a hacer si Bastián es un perfecto ejemplo de idiota disfuncional. Venga, el agua se derrama y conquista el suelo del cuarto, vamos a ponerle fin ya.
―Eva tiene un poco de razón, hijo. —¿Qué hace ahí Lázaro, el abuelo de Bastián? Ingrávido, tan arrugado como el día que decidió marcharse de este mundo, los mismos ojos cansados que siempre le acompañaron. Está sentado en el váter, contemplando la evolución de los acontecimientos.
―No me llames hijo que soy tu nieto, viejo ―responde Bastián entre dientes, dándole la espalda al fantasma del yayo―. Además, nadie te ha dado vela en este entierro... ―Rro-rro-rro... ¿De dónde y a qué viene ese eco? Como un motor que murmura dentro de su cabeza―. Sólo verte me aburre, ¡lárgate, joder!
―Porque se acabe una historia de amor no tienes por qué tomar una decisión tan trágica, hijo. ―El yayo Lázaro continúa llamando hijo a Bastián, las manías de los abuelos. Sonríe a su nieto y su boca está llena de tierra.
―No hagas caso al anciano, él no sabe nada, muchacho. ―Esta otra aparición no se la esperaba Bastián ni en su mayor borrachera. En un vértice del techo, está, cual araña acechando, Yukio Mishima con sus entrañas colgando de su vientre abierto. Dirige al fantasma anciano y al cuarentón con un pie en la bañera una misma mirada alucinada y una gélida sonrisa teñida de sangre―. Tu corazón pide a gritos sumergirte en esas aguas y no volver a salir. Házlo, es un acto noble renegar de la vida cuando uno lo crea más conveniente.

―Gracias, señor Mishima. Si hubiera sabido que esto se iba a convertir en una sesión espiritista, habría comprado pastas y preparado café y té. ―Bastián se arma de sarcasmo antes de dar el paso de zambullirse. Que el cuarto de baño de uno mismo acoja a fantasmas tan insignes es algo que no le pasa a todo el mundo. Quizás debería abandonar su propósito de acabar con su existencia y dedicarse a conversar con sus insólitos invitados.
―Si vas a apretar el gatillo, es mejor que no te lo pienses demasiado. ―La fiesta no sería la misma sin el espectro de Kurt Cobain con la tapa de los sesos reventada. Se rasca la mandíbula floja como si le picara la barba de varios días.
―Mi solución será más dolorosa, pero no armaré tanto escándalo. Gracias, señor Cobain. ―Bastián siempre odió a Kurt, considera una broma de muy mal gusto del destino que se le aparezca su fantasma en el momento más trascendental de su existencia―. Abuelo Lázaro, ilustres muertos, si no les molesta, me despido de ustedes.
Desnudo, tomando una profunda bocanada de aire como se debe hacer antes de arrojarse a un abismo, Bastián procede a la inmersión. En el agua no se escuchan los truenos de los gritos de Eva. ¡Pero qué paz! El mundo queda reducido a la visión distorsionada y mejorada de la porción de techo del cuarto de baño que Bastián puede ver. Hay una grieta que jamás ha sido tan hermosa como ahora. El mundo se vuelve acuoso e inconsistente, adiós a la solidez, su propio cuerpo parece disolverse, be water my friend. El instinto de supervivencia no perturbará esta comunión con la nada ni la determinación de Bastián. El nuevo mundo es azul zul zul zul, oh-la-lá. Todos deberían ver a través de los ojos de Bastián, porque la palabra es una herramienta muy pobre para describir la grandeza de lo que presencia. Es el nuevo Colón que descubre otro nuevo mundo. Un estremecimiento indica a Bastián que tal vez sólo él, él y nadie más, puede contemplar lo que ve y constatar esto le emociona; es un privilegiado. Pero dónde has estado todo este tiempo, hermoso paraíso líquido azul.
—Hola. —La voz sobresalta a Bastián y perturba el grado de comunión con el cosmos que había alcanzado. Es la voz de una niña traviesa, pero su dueña no es precisamente una niña.
Lo que se presenta a sus ojos no es un superhembra de calendario, hecha de silicona y manipulación fotográfica. Dejémoslo en que es una mujer con las carnes bien puestas, que luce con soberbia sus curvas y no parece estar preocupada por su desnudez. Su rostro es el de alguna heroína exótica de folletín, con esos labios carnosos dispuestos a entonar un tango cálido y a besar como quien aplaca su hambre. En su melena oscura hay peces resplandecientes, algún calamar despistado y coronas de algas. A Bastián le resulta familiar esta mujer.
—¿Me recuerdas? —pregunta ella.
—Creo que sí. ¿Quién eres?
—Soy el fantasma de los veranos del pasado.
Vaya, una bromista. Bastián le ríe la ocurrencia, sin importarle tragar un poco de este maravilloso azul. Se detiene a mirarla y admirarla con más calma y detenimiento; el  examen visual es meticuloso.
—¡Yo a ti te he soñado! —exclama Bastián, sorprendido y sacudido por el recuerdo repentino. Sí, si os esforzáis, podréis ver al Bastián de doce años quedándose dormido en la bañera de la casa de sus abuelos, una tarde de agosto, acunado por el rumor del agua quieta. Con la conciencia suspendida, atrapado por las redes del sueño, se vio en el fondo de un mar —o de una pecera, a saber— donde se encontró con una sirena que le regaló un beso y le susurró unas palabras. De aquel sueño Bastián despertó con una notable erección.
—Decir que me has soñado es ser demasiado pretencioso y ciego, cariño. Soñaste conmigo, más bien. Soy visitante asidua de sueños ajenos.
—Me habría gustado ser el único que soñara contigo, ¿sabes?
—¿Estás flirteando conmigo? —dice la desconocida con una sonrisa que, en el rostro de una mujer lejana llamada Eva, habría arrastrado a Bastián fuera de la bañera.
—Claro que sí. Me estoy despidiendo de la vida. Creo que puedo permitirme este pequeño atrevimiento, aunque no consiga lo que desee.
—¿Eso significa que me deseas?
—Te respondo con otra pregunta: ¿el hecho de que tú estés aquí indica que el oxígeno ya no llega a mi cerebro, que mi corazón late cada vez más despacio y que ya estoy más muerto que vivo?
—Con esa pregunta no respondes a la mía. A la tuya podría decirte que quizás sea así. ¿Recuerdas lo que te dije en aquel viejo sueño de tu infancia?
La cara de Bastián es un poema sin rima y confuso cuando intenta descifrar los meandros por los que han discurrido los sueños, esas experiencias imprecisas de las que casi siempre se conservan solo imágenes. Mucho pide esta sirena burlona, con lo mucho que le cuesta a Bastián recordar qué le dijo Eva el día que se conocieron. La sirena debe de interpretar el silencio de Bastián como la negativa que es.
—Te dije que vendría a recogerte cuando llegara tu fin. —Bastián siente cómo le llega el aliento de ella, un viento fresco cargado de tristeza. Pero no se borra la sonrisa cálida de su boca.
—Pues has cumplido, porque hoy acaba todo, aquí acabo yo.
—¿Por qué? ¿No crees que estás siendo muy drástico?
—¿Tú también me vas a venir con ese cuento de que mi vida merece la pena vivirla, de que es muy valiosa para derrocharla así, de que estoy siendo un perfecto gilipollas para abandonar este juego por una ruptura amorosa? Puedes ahorrártelo, es como si lo llevara escuchando toda mi vida. Debería reconocerse como un derecho sagrado e inalienable de todo individuo la decisión de poner fin a su existencia cuando le apetezca, sin que nadie venga a recriminarle lo que le dicta su voluntad. Además, si hago esto, es para certificar mi no pertenencia al mundo que dejo atrás. Allá todo es accidente, allí yo me siento más accidente que nadie.
—Vale, vale, no es necesario que te pongas rimbombante conmigo. Dije que venía a recogerte cuando llegara tu fin y aquí estoy.
—¿Eres la Muerte disfrazada?
—No te diré que si prefieres pensar eso lo soy porque no es verdad. Llámame tu salvación. ¿Vendrás conmigo, Bastián? Iremos cayendo más y más hacia el fondo que nunca llegará y que nunca veremos, porque nos desvaneceremos. Pero ni siquiera nos daremos cuenta de ello. Tu fin es también el mío.
—Pero... ¿por qué? Es suficiente con una vida que se eche a perder. ¿Por qué también la tuya? Y encima con un mamarracho como yo.
—Qué gracioso que preguntes tú por qué. Porque soñaste conmigo. Porque no he dejado de espiarte en otros sueños, pero tú nunca te diste cuenta de lo cerca que estaba. Porque quiero estar contigo. Además, ya volverá a soñar alguien conmigo. Aunque ésa ya no seré yo. —La melancolía en su voz suena como una cuerda de violín que se rompe.
La confesión de la sirena llena a Bastián con esa luz que se derrama sobre los profetas en medio del desierto y sobre los borrachos en plena cogorza. Se considera tan indigno del sacrificio de esa mujer marina de sus sueños, como si la muerte de ella se ensuciara solo por desaparecer junto a él.
—Agarra mi mano, sirena, no la sueltes. Nunca he podido esperar mejor compañía en este trance, ni tampoco que mi propia partida me reconciliara en parte con lo que siempre he rechazado.
La sirena hace algo más que aferrar las manos de Bastián: lo abraza. El pelo de ella los envuelve a ambos como si tejiera un capullo. Hombre y sirena prosiguen su charla mientras sigue su plácido descenso. Ya no podemos escucharlos, así llega el final de esta historia.

(En realidad, ése es el final para los tortolitos. Ahora es el turno del segundo final: Eva ha entrado en el cuarto de baño. Sigue gritando como una posesa cuando ve todo el suelo encharcado. Lo que no puede ver es a los tres fantasmas, que cada vez son más etéreos, pero eso ya no importa. Eva se dirige cabreada a la bañera y qué sorpresa se lleva cuando no encuentra el cuerpo de Bastián debajo del agua.)


Fin de un mundo en la bañera (con sirena de fondo)
Felipe Manuel O. Cecilio vive en una ciudad antigua, poblada de murallas y leyendas cuyo nexo es la insubordinación de sus torres ahora caídas y el vuelo asombroso de las cigüeñas: Cáceres. Felipe sostiene una mirada oscura y penetrante, la nariz inquieta y fascinada por los cómics y los laberintos, nos conocimos al poco de empezar a escribir yo en “Spaces”, en mi primer blog. Él ha sido un recurrente en mis eventos y una inspiración para profundizar en las letras. Es un placer reencontrarse con los amigos.

martes, 1 de septiembre de 2015

El viaje de Mariano a Itaca



Hubo una vez un viaje a Itaca como propuso Mariano García Frutos, y lo siento mucho por él porque se ha traspapelado, mis disculpas. Lo peor es que él no tiene copia, y solo nos ha quedado el relato gráfico.

Bon Bon


La maleta y la mochila esperan la partida junto a la puerta. Sobre la cama su ropa de viaje compone un bonito cuadro; lo contempla con placer: el pantalón color chocolate, la blusa  del mismo tono que el pantalón, la chaqueta rosa cálido. Todo en algodón. Flip flops Tommy Hilfiger de tono tostado. En conjunto un bon bon. Le recorre el cuerpo un suspiro de placer ¡Al fin las vacaciones! ¡Al sur!. La saca de su momentánea felicidad la sensación del calor agobiante. El sudor la envuelve como un sudario. Entra en el baño: la bañera le sonríe ¡Qué delicia...! ¡Un chapuzón!. Abre el grifo y tantea el agua tibia sumergiendo el pie. Un espasmo de gusto y se sumerge poco a poco.  El agua se va tornando rojo sangre. Los coágulos se mueven lentamente hacia sus pechos. La repugnancia la sobrecoge. Intenta moverse pero una fuerza sobrenatural se lo impide. Agita la cabeza de lado a lado. Nada. Esta atrapada. La sangre es cada vez más densa. Escalofríos de asco recorren su piel mientras  que la cabeza y la cara le arden. Grita. El sonido se encierra en su mente. Al otro lado de la puerta oye el parloteo de dos vecinas: -¿Que no hay vacaciones? -pregunta una voz-.La otra contesta:- ¡Este año nos vemos veraneando en la bañera! , mi niña-. Se ríen con desgana.

 Ella continúa luchando por emerger de la sangre que engulle su cuerpo como un traje de plástico. Un vislumbre le dice que esta dormida. Un sueño soporífero. Se debate en ese mundo incomprensible entre el sueño y la realidad. Sumerge la cabeza y consigue despertar. Aturdida deja vaciar la bañera y se prepara para ese viaje tan planeado. Al cerrar la puerta, decide irse al norte y en el hotel tomar cuarto de baño con ducha.-más práctico-. Su mente oscila todavía bajo la nefasta fascinación del sueño.


Pilar Molla-Gómez  turolense de Barcelona con sangre de Nueva York, nativa del viaje, se acuna en la brisa de  Fuerteventura,  posee el entusiasmo de alguien que mira el mundo por primera vez. Empezó a escribir el verano pasado en un grupo que activamos para mejorar la cultura en la isla, y la mejoramos: éramos tres con visitas eventuales de alguien más. ( Una sonrisa)

lunes, 31 de agosto de 2015

Agua

    Siente cada hueso, cada músculo cuando se mueve con movimientos suaves, cadenciosos, casi sensuales. Se encuentra en su elemento cuando como ahora está rodeada de agua y más si es mar adentro. Coge aire tranquila y con cada respiración corrige la postura, primero el tronco recto boca arriba, luego los brazos en cruz y por fin separa las piernas dibujando con su cuerpo menudo un aspa.
    Cerrar los ojos para que no los hiera el sol, abrirlos cuando alguna nube se interpone e inspirar, expirar… es poder hacer esto lo que más le gusta del verano.
    Fue su padre quien la enseñó a disfrutarlo, tenía un hermano varón pero era a ella a la que le gustaba la mar, la que él eligió para contarle los secretos de marinero viejo, la manera de orientarse por los vientos y las olas, las formas que construyen las estrellas para navegar en las noches despejadas.
    Solían salir juntos siempre que podían sin alejarse mucho de la costa. En verano, mientras su padre pescaba ella saltaba al agua, al enorme pozo oscuro para avanzar con los movimientos que guardaba en su memoria de pez.
    Él murió hace unos años y ella se quedó con su pequeña embarcación. Que era rara le decían, que era sólo de hombres salir a la mar. Como si ese argumento  pudiera hacer que ella tuviera la más mínima duda. Hacía tiempo que no le importaba mucho lo que pensaran los demás.
    Una nube se para encima de su cabeza y juega a buscarle formas mientras el viento flojo la mueve, parece un delfín, no, ahora la cumbre de un monte, no, una flor gigante, un dragón, un pájaro… y la sensación de levedad, de dejarse llevar, de que nada pesa se apodera de ella. A veces siente ganas de dejarse caer hasta el fondo, de bajar ligera mirando de cerca a los habitantes de ese mar profundo del que sólo tiene noticias por los relatos de su padre.
    Siente frío y como si una sombra alargada y tenue pasara deprisa a su lado, oye un fuerte ruido como un portazo y abre los ojos.
    Entonces ve el techo blanco casi grisáceo con pequeñas manchas de moho que semejan nubes cargadas. El agua está helada, le cuesta unos segundos reaccionar. Ve los azulejos de flores pasados de moda del baño y en ese instante se da cuenta de que está en su bañera.

    Es agosto, casi toda la gente que la rodea está de vacaciones, pero ella aún tendrá que esperar, es ahora cuando más gente hay en el pueblo y eso no lo puede desaprovechar. Ahora recuerda, ha llegado muy cansada del trabajo, todo el día de pie en la tienda sonriendo sin parar y ha preparado la bañera  con sales de lavanda, manzanilla y flores de té. Se habrá quedado dormida, piensa. Y poco a poco intenta centrarse en los objetos cotidianos. Una vela casi apagada languidece en una esquina dentro de un vaso de cristal. Algo a flote en el agua quieta atrae su mirada. Es un pequeño barco de papel, está escrito y las palabras chorrean agua azulada con olor a lavanda a manzanilla y a té. Concentra sus pupilas en la cuartilla empapada pero la tinta corrida le impide leer. Parecen versos.
    Lleva unos años viviendo sola en la casa de la que nunca se ha movido. Por un momento siente un ligero temblor. Vuelve a su cabeza la sombra en el momento de la duerme-vela. No acierta a entender lo que está pasando.

Acaso aquel marinero que siempre la mira y apenas le habla sepa que ella hace tiempo que navega a la deriva y ha entrado en su casa de agua. Acaso está flotando en la mar soñando con su bañera. 


-Agua-


Emi González Maestro aparte de tener una mirada inmensa y meticulosa ha resultado  una nadadora excepcional, levanta piedras en sus ratos libres y a menudo hace de druida con los aplastados.¡Qué le vamos a hacer! ¡No todo va a ser perfecto!


Ácido tú


La señorita B. me invitó a pasar el verano en un terreno que se había comprado en Almadén de la Plata y que tenía un caserón que aún andaba construyendo. Recuerdo pasar un día entero pintando las vallas de azul índigo por 70€. Lo nuestro no era nada serio, así que empecé a pensar que se trataba de una venganza por haberla metido en la boca de un lobo bueno que ella creía un cabrón, quiero decir que ella misma se metió en esa boca. Y digo que fue una venganza porque tanto en el interior como en el exterior del caserón había murciélagos, mosquitos y mantis religiosas. Tuve que inspeccionar el lugar en busca de posibles fugas, pero estaba allí atrapado y sin coche. No obstante, hubo dos cosas que me llamaron la atención: las espigas, altas y salvajes en derredor y aquella bañera llena hasta arriba de agua marrón, cúmulo de lluvia caída unas semanas atrás. Para entrar en la bañera, primero tuve que sacar a la serpiente que estaba devorando un enorme sapo. Entonces me arremangué los pantalones y me introduje lentamente. El agua estaba tibia, el contacto era agradable. Había encontrado un centro, un lugar de paz, pero ella quería que entrara en la casa para aliviar su apetito. Tuve que decirle que no y me sorprendió su reacción: no se acercaba a menos de una metro de la bañera. Le tenía pánico al agua. La vi recolectar grandes manojos de espigas que comenzó a lanzarme mientras me gritaba histérica que saliera de allí de inmediato. Atardecía cuando entró en el caserón y encendió una luz. Creo que estuvo un rato leyendo, le gustaba leer a Thoreau en el campo. Mis pies empezaban a arrugarse y empezaba a tener frío. Al rato salió y –con una siniestra sonrisa- me tomó una fotografía. En la noche cerrada, con el canto de mil grillos y bajo un baño de luna miré hacia abajo: el sumidero de la bañera empezó a soltar burbujas calientes del color del albero mojado. Empecé a sentir cómo se me despellejaba la piel y de un respingo salté fuera de la bañera. Me arrastré como pude hasta la carretera comarcal cerca del pueblo. La señorita B. no me siguió. En algún momento de mi patético reptar eché la vista atrás y vi apagarse la luz del caserón. Un coche hizo caso a mis señales casi en medio de la carretera. Me llevaron al Hospital más cercano y me trataron las heridas causadas por el ácido. Salí del Hospital con la misma incomodidad que un gato con botas. Tardé mucho tiempo en volver a darme un baño.

Ácido tú nos llega desde una calesa sevillana, ea, Felipe Bollaín sueña con aforismos de pavo y espigas de miel, amén de trovar en sus ratos
libres. Con vocación de letrado, atropella nubes cuando no miran los de tráfico.


Bañera en la Edad Media


Las bañeras en el medievo



Menos higiénica que su antecesora romana, la sociedad medieval mantuvo contra lo que se cree, una actitud positiva hacia el baño. Frente a la dificultad de contar con instalaciones en las casas particulares, había baños públicos en las ciudades de la alta edad media. Eran simples tinajas de madera con agua caliente en las que cabían dos o tres personas. Muchas de las ilustraciones medievales muestran a la gente tomando baños comunales, y algunas otras muestran junto a las tinas, comida y bebida. La iglesia, como era de esperar, no miraba tanta diversión con buenos ojos.
          Ilustración de un baño público, siglo XIV

-Bañeras en la Edad Media-








Autora del texto  Adriana Tedeschi

El baño - hammam en el mundo islámico



En el mundo islámico, el baño árabe o Hammam ha sido uno de los centros de la vida social. Actividad de carácter ritual, la higiene del cuerpo es considerada un acto de purificación religiosa, si bien es además lugar de reunión, de descanso y de relaciones sociales. Surgen como continuación de los baños romanos, caracterizándose por tener piscinas con agua a diferentes temperaturas.
Representaciones medievales de un Hammam de hombres y uno de mujeres.


Me quede sin bañera.. .



Escucho los sonidos de la vida, no hay palabras para ellos, la insignificante mente que imagina espacios inexistentes me supera, si .. Así es me quede sin voz al crecer.. Sin palabras.. Sin alientos.. Sin bañera... Me quede dormida en el lecho de la creación, imite a los grandes haciéndoles un giro como si Ellos supieran de mi existencia.. Espere sus muertes para robarles la inspiración.. Las palabras.. Los alientos.. Salí hueca, nada pude robar.. Y entonces descubrí a Pina, ella dijo “Lo que me interesa no es tanto (saber) cómo se mueven las personas, sino lo que las emociona”, Pina bausch bailó desde niña sus sentimientos.. Y son los sentimientos los que mueven la danza de la vida.. Mover sentimientos es también veranear en una bañera.. Gozando de la única parte virgen del hombre.. La imaginación .. Si es cierto me quede sin bañera.. Por eso encojo mi alma, sujeto un cigarrillo y me preparo para el nuevo acto... 




Nati Verdes se estrena hoy con este texto y además nos propone su propia imagen.

Me quede sin bañera.. 

domingo, 30 de agosto de 2015

Los peces payaso



No resulta fácil vivir sumergido. Hay muchos elementos que pueden disturbar una situación idílica: la piel se arruga, pueden hasta aparecer parásitos, como sucede a los mamíferos marinos. Van en manadas a los arrecifes de coral para que peces amables les retiren todos los organismos adheridos a su piel. Hasta los tiburones reprimen sus instintos depredadores con los encargados de la limpieza. Por ello tenía que tener bajo control el tiempo que pasaba bajo el agua fría de la bañera. Existía el riesgo de desarrollar algún tipo de dermatitis o tal vez adquirir un molusco entre las costillas. El teléfono vibró de nuevo. Quién cojones sería ahora.
Sacar la mano del agua, secarla un poco con la toalla, alcanzar el cacharro incomunicador. Lo fácil que resultaría sumergirlo y asesinarlo.
- Hola, ¿cómo estás? Seguro que metido en la bañera
- No somos nadie
- Sal, haz algo
- ¿Qué?
- Lo que sea, ¡estás fatal, todo el día solo y metido en una bañera de agua fría!
Cogió la burbujita con la cara de Isa y la arrastró hacia la x central de la pantalla, equivalente al water. Hay seres de arrecife y seres de mar abierto, pensó. El mar abierto es inmenso,  peligroso y sobre todo solitario, pero incluso los grandes seres que recorren miles de millas
marinas en constante migración precisan de vez en cuando los servicios de los alegres seres  vitales de los corales. Esa aglomeración que les pone sonrisa de pez payaso. Biodiversidad. Se sumergió un poco más, justo hasta el límite a partir del cual no podría respirar por la nariz. El
agua suena incluso parada. Se oyen goteos de origen incierto, pausados, separados en el  tiempo. El aire, a su alrededor, estaba caliente a pesar de las persianas y ventanas cerradas.
Los días transcurren como fotocopias de un horror soleado y sólo en la bañera lo podía  soportar, esperando la noche. Volvió a vibrar el móvil. Esta vez era Jeanette.
- Sal de la bañera y ven
- Hace calor
- Estoy aquí en casa con unos amigos. Tengo una marihuana increíble. VenJeanette era una estudiante francesa que había conocido a la fuerza tras constantes intentos de colarse en su estudio de pintura. Es lo malo de estos lugares para artistas: los peces se aglomeran para sonreír; presuponen que quieres sonreír con ellos porque estás allí. Enrealidad, se supone que acudes a los arrecifes para limpiar y ser limpiado y nada más y la creación en este mundo de simulacros es tan sólo un subgrupo de pretensiones más.
- ¿Estás contenta, sonríes?
- Claro que no. Todo es una mierda
- No tienes bañera. Es todo lo que te pasa
- La tengo, pero siempre me ducho
- Puedes vivir de otra manera, en serio
- Y tú también
- Bueno, voy
Era mentira, Jeanette siempre estaba sonriendo, incluso al llorar. Salió de la bañera y se secó. Las gotas de agua iban dejando un rastro por el suelo mezcladas con las gotas de sudor que ya resbalaban por su frente. El sudor es menos denso que el agua, por eso se desliza tan rápido por la piel y se mezcla en los labios dejando tras de sí un sabor salado de boca sedienta.
Procuró no correr demasiado con la bicicleta para no llegar empapado de calor. Este sol de verano es como una radiación mortal, una estación inhabitable que recorres con gafas oscuras  que te convierten en una especie de mosca.
Al llegar a casa de Jeanette sólo quedaba una amiga que se marchó enseguida, tras una breve  charla formal donde fue interrogado sobre su oficio o aficiones. "Vigilo la temperatura de mi  bañera" fue su escueta respuesta, mientras Jeanette lo cogía de la mano y le acariciaba el antebrazo. Jeanette acompañó a su amiga a la puerta y regresó al sofá.
- Eres un pez payaso- le dijo
- ¿Me necesitas?- dijo Jeanette mientras sus dedos jugaban con los rizos del pelo.
- Estoy lleno de parásitos- dijo mientras la cogía por la cintura y la acercaba para besarla.
Jeanette olía a verano aceptado y tras varias horas ambos sabían a sal. Jeanette no permitía llenar su bañera, sólo daba permiso para una ducha- juntos, por supuesto. En los arrecifes todo es rápido, breve, dinámico. Estaban los dos bajo un chorro generoso de agua tibia y ella insistía en recurrir a las palabras.
- ¿Te quedas esta noche?
- Soy una ballena azul y tú un pez payaso
- Eres un mentiroso
- Tengo cosas que hacer
- Te quieres ir a la bañera
- Es el mar
- Nunca vas a la playa
- Esto es la playa
- No te soporto
Pedaleaba de vuelta sintiéndose más limpio, libre de organismos pegados a la piel por la acción liberadora de los labios de Jeanette. El sol se ponía, acababa el ciclo de hoy. Jeannette no opuso resistencia a su marcha, pero él sabía que ahora lo ignoraría durante semanas por el feo de esta noche. Hay un brillo fugaz de tristeza  en los ojos de los peces payaso que enseguida cubren con su maquillaje de clown. ¿Dónde quedaron los tiempos en que vivir era la gran aventura y te creías hasta el azul del cielo?
Se detuvo ante una encrucijada. Girar a la derecha e ir al estudio a trabajar, ser una persona, sumergirse en la sequedad de la tierra, o seguir de frente, donde estaba la bañera, el mar abierto, con sus velas y efectos especiales.
Y qué más da: bajo el agua, con la cabeza completamente sumergida, rememoraba la tarde, los gemidos, el calor, la belleza de Jeanette, su sabor, y el sonido de la ciudad era como los gritos de alarma de cetáceos oceánicos, mientras esperaba al siguiente ciclo de adquisición de parásitos y limpieza voraz.
Porque todo es como una peonza que gira y gira contando siempre la misma historia sobre un azul profundo que se hace negro cuanto más profundamente lo conoces... 





                              Quike Duckieboy desde Sevilla, pasando por su año
                               sabático berlinés, propone este 
                               relato junto a su ilustración. 


Los peces payaso




pedrocrespo, sanagustín MMXV






      Mar y cielo.

Cielo y mar.

      Cuando me desperté, estando en lo más alto el sol, aquella mañana estival, la bañera         ya no estaba en el roquedo.

     Tiré de la cadenita del tapón del desagüe.

     Si están leyendo este mensaje, será la prueba de su verificación.

                  


            pedrocrespo, sanagustín  MMXV

Robespierre en la bañera


Robespierre en la bañera




Fíiiigaro, Fígaro, Fígaro, Fíiiigaro… Laralalára, laralalá… Soy el factotum de la ciudad…
¡Soy el mejor, soy el mejor, voy a ganar! ¿Qué digo? Esto no es un concurso, luego: ¿en qué sirve? ¿a quién vale? Ah, ¡claro! Se trata de ejercitar el talento, sin ánimo de lucro ninguno, sin desembolso previo, sin la incertidumbre de la espera, sin… ¡Nada!
Es un ejercicio lúdico -a solaz- como cazar ratones pero sin premio; para gente con sensibilidad ¡Qué sandez! Yo no soy persona, o sí, no sé… Está claro que soy un “Felis silvestris catus”, coloquialmente: “minino, gatito-gatito o como te pille te vas a enterar”.
Tenemos nuestros derechos, como todo el mundo: nos agrada sobremanera que nos consideren -acaricien- nos cuiden -mimen- y que nos cepillen el pelo a la contra; bueno, no
¡Eso nunca! Lo que de verdad nos vuelve locos es ronronear -atávico- y a la romántica de mi dueña ¡Más!
Ejem... voy a participar, aunque no acabe de verlo con tanta espuma, je je. En fin, a ver si me centro -siempre olvido el bigote- y es fundamental para relamerse a gusto:
Fíiiigaro, Fígaro, Fígaro, Fíiiigaro…





Texto : Rosa Cid
http://rosacid.com
rcid@infoarchivo.com

La bañera


La bañera

Quien tiene el alma limpia desconoce el rencor y el desaliento, comprende que los designios de la vida son azarosos y que una persona sólo puede ser responsable de su dignidad, empeñar su inteligencia o sus fuerzas sin más pretensión que dejar el recuerdo de un buen nombre. Poco importan los planes, las ensoñaciones, la ambición o los trabajos. Hay quien forjó su dicha en el infortunio, y quien sufrió un trágico destino sin hacer nada para merecerlo. Nadie es culpable de nada, nadie debe ser censurado por estar vivo, ni alabado por un éxito o un fracaso que, las más de las veces, sólo dependen de circunstancias ajenas y conjunciones extrañas. Todos tienen derecho al miedo y al respeto.
En el verano del veintidós, muchos se maravillaron por la ocurrencia de sucesos que todavía hoy resultan inexplicables. Un hombre mató a sus vecinos porque el olor resultaba insoportable; los hospitales recibieron enfermos de una fiebre que oscurecía la piel y crecía el vello del rostro como el de un animal salvaje; bandadas de pájaros anidaron en los tejados y los árboles, y en sus chillidos se adivinaban palabras y sortilegios; el agua de los estanques se oscureció con insectos que se multiplican en las ciénagas y los remansos podres; hubo madres que abandonaron a sus hijos por el temor de un virus terrible al que no sabían dar nombre ni solución. Algunos interpretaron estos y otros casos como presagios de una catástrofe inminente, pero nada especial sucedió en los años posteriores que les diera la razón. Algunos se burlaron, y aumentó el número de los que hicieron fortunas fabulosas.
Supimos de un hombre bueno que aquel año conoció desgracias lamentables en su familia y sus allegados. Perdió a muchos por causas no comunes, y los demás le abandonaron sin que pueda sospecharse de pactos secretos o conjuras vergonzosas. Sabemos que anotó con cuidado el nombre de los pocos que le importaban, y que los visitó uno por uno para renovar su amistad y comprobar que estaban en paz; que recogió las habitaciones de su casa, ordenó sus armarios y sus libros, y dispuso con mimo flores naturales en los pasillos y las estanterías; que, al pie de la bañera colmada de agua, colocó con obsesiva simetría una silla en la que colgó sus ropas bien dobladas, y que se sumergió sin violencia en un baño tibio del que ya no salió con vida. Cuando lo encontraron, días después, aún su rostro conservaba la placidez del sueño tranquilo.
Nadie sabe cuál será su reacción en el momento último. También se conoce a un hombre en las situaciones más terribles de la vida. Por eso, entre los condenados y quienes mueren en el frente, se encuentran casos de una inútil valentía o de una flaqueza lastimosa.
Todos tienen derecho al miedo y al respeto.




Baltasar Fernández

Andaluz de Madrid, profesor y aprendiz se  interesa por el sueño y los espejos, la muerte del sujeto, de la historia, del espacio y del tiempo. Es autor de numerosos  versos y ensayos,  Y hoy ha caído en nuestra bañera.


 Grecia y sus bañeras

Cuentan los historiadores que los occidentales comenzamos a bañarnos en tiempos de la Grecia clásica, como resultado de la unión de pautas de salud y purificaciones religiosas. La diosa a la que pertenecían estos atributos era Hygea, hija de Esculapio, dios de la medicina.
Hygea, siglo III a.C.
Detalle de una ducha comunitaria con toberas, vasija griega, 600 a.C.





Grecia