La
señorita B. me invitó a pasar el verano en un terreno que se había comprado en
Almadén de la Plata
y que tenía un caserón que aún andaba construyendo. Recuerdo pasar un día
entero pintando las vallas de azul índigo por 70€. Lo nuestro no era nada
serio, así que empecé a pensar que se trataba de una venganza por haberla
metido en la boca de un lobo bueno que ella creía un cabrón, quiero decir que
ella misma se metió en esa boca. Y digo que fue una venganza porque tanto en el
interior como en el exterior del caserón había murciélagos, mosquitos y mantis
religiosas. Tuve que inspeccionar el lugar en busca de posibles fugas, pero
estaba allí atrapado y sin coche. No obstante, hubo dos cosas que me llamaron
la atención: las espigas, altas y salvajes en derredor y aquella bañera llena
hasta arriba de agua marrón, cúmulo de lluvia caída unas semanas atrás. Para
entrar en la bañera, primero tuve que sacar a la serpiente que estaba devorando
un enorme sapo. Entonces me arremangué los pantalones y me introduje lentamente.
El agua estaba tibia, el contacto era agradable. Había encontrado un centro, un
lugar de paz, pero ella quería que entrara en la casa para aliviar su apetito.
Tuve que decirle que no y me sorprendió su reacción: no se acercaba a menos de
una metro de la bañera. Le tenía pánico al agua. La vi recolectar grandes
manojos de espigas que comenzó a lanzarme mientras me gritaba histérica que
saliera de allí de inmediato. Atardecía cuando entró en el caserón y encendió
una luz. Creo que estuvo un rato leyendo, le gustaba leer a Thoreau en el
campo. Mis pies empezaban a arrugarse y empezaba a tener frío. Al rato salió y
–con una siniestra sonrisa- me tomó una fotografía. En la noche cerrada, con el
canto de mil grillos y bajo un baño de luna miré hacia abajo: el sumidero de la
bañera empezó a soltar burbujas calientes del color del albero mojado. Empecé a
sentir cómo se me despellejaba la piel y de un respingo salté fuera de la
bañera. Me arrastré como pude hasta la carretera comarcal cerca del pueblo. La
señorita B. no me siguió. En algún momento de mi patético reptar eché la vista
atrás y vi apagarse la luz del caserón. Un coche hizo caso a mis señales casi
en medio de la carretera. Me llevaron al Hospital más cercano y me trataron las
heridas causadas por el ácido. Salí del Hospital con la misma incomodidad que
un gato con botas. Tardé mucho tiempo en volver a darme un baño.
Ácido tú nos llega desde una calesa sevillana, ea, Felipe Bollaín sueña con aforismos de pavo y espigas de miel, amén de trovar en sus ratos
libres. Con vocación de letrado, atropella nubes cuando no miran los de tráfico.
¿Después de esto mutaste a serpiente?
ResponderEliminarExacto :)
EliminarMe gusta mucho Felipe.
ResponderEliminarOriginal, fresco, buena prosa y como dice Cortazar con "una cierta tensión"
Me gusta mucho Felipe.
ResponderEliminarOriginal, fresco, buena prosa y como dice Cortazar con "una cierta tensión"