lunes, 31 de agosto de 2015

Ácido tú


La señorita B. me invitó a pasar el verano en un terreno que se había comprado en Almadén de la Plata y que tenía un caserón que aún andaba construyendo. Recuerdo pasar un día entero pintando las vallas de azul índigo por 70€. Lo nuestro no era nada serio, así que empecé a pensar que se trataba de una venganza por haberla metido en la boca de un lobo bueno que ella creía un cabrón, quiero decir que ella misma se metió en esa boca. Y digo que fue una venganza porque tanto en el interior como en el exterior del caserón había murciélagos, mosquitos y mantis religiosas. Tuve que inspeccionar el lugar en busca de posibles fugas, pero estaba allí atrapado y sin coche. No obstante, hubo dos cosas que me llamaron la atención: las espigas, altas y salvajes en derredor y aquella bañera llena hasta arriba de agua marrón, cúmulo de lluvia caída unas semanas atrás. Para entrar en la bañera, primero tuve que sacar a la serpiente que estaba devorando un enorme sapo. Entonces me arremangué los pantalones y me introduje lentamente. El agua estaba tibia, el contacto era agradable. Había encontrado un centro, un lugar de paz, pero ella quería que entrara en la casa para aliviar su apetito. Tuve que decirle que no y me sorprendió su reacción: no se acercaba a menos de una metro de la bañera. Le tenía pánico al agua. La vi recolectar grandes manojos de espigas que comenzó a lanzarme mientras me gritaba histérica que saliera de allí de inmediato. Atardecía cuando entró en el caserón y encendió una luz. Creo que estuvo un rato leyendo, le gustaba leer a Thoreau en el campo. Mis pies empezaban a arrugarse y empezaba a tener frío. Al rato salió y –con una siniestra sonrisa- me tomó una fotografía. En la noche cerrada, con el canto de mil grillos y bajo un baño de luna miré hacia abajo: el sumidero de la bañera empezó a soltar burbujas calientes del color del albero mojado. Empecé a sentir cómo se me despellejaba la piel y de un respingo salté fuera de la bañera. Me arrastré como pude hasta la carretera comarcal cerca del pueblo. La señorita B. no me siguió. En algún momento de mi patético reptar eché la vista atrás y vi apagarse la luz del caserón. Un coche hizo caso a mis señales casi en medio de la carretera. Me llevaron al Hospital más cercano y me trataron las heridas causadas por el ácido. Salí del Hospital con la misma incomodidad que un gato con botas. Tardé mucho tiempo en volver a darme un baño.

Ácido tú nos llega desde una calesa sevillana, ea, Felipe Bollaín sueña con aforismos de pavo y espigas de miel, amén de trovar en sus ratos
libres. Con vocación de letrado, atropella nubes cuando no miran los de tráfico.


4 comentarios:

  1. Me gusta mucho Felipe.
    Original, fresco, buena prosa y como dice Cortazar con "una cierta tensión"

    ResponderEliminar
  2. Me gusta mucho Felipe.
    Original, fresco, buena prosa y como dice Cortazar con "una cierta tensión"

    ResponderEliminar